Mientras desayunaba en un restaurante en el zócalo de mi ciudad una artesana se acercó para venderme unas carpetas tejidas a mano. Se trataba de una anciana que al ver a mi muñeca hada reborn se sorprendió. Yo había llevado la muñeca para hacerle unas fotos sin imaginar el testimonio que aquella anciana -atraída por la muñeca- me contaría. En su casa hay un pozo y de el suele salir un duende. El duende es visto por su hijo en la cocina de la casa. El duende es pequeño y deambula desnudo, pero cuando lo ven este pequeño intruso sale corriendo. Además la anciana me contó la historia de uno de sus sobrinos que con su mirada infantil podía ver a un duende al cual pateaba. Molesto, el duende arremetía contra el niño a pellizcos. La mamá del niño trató de ahuyentar al duende pero este -al cualla mamá no veía- por las noches también pellizcaba a la mamá del niño.
La anciana finalmente me dijo mientras acariciaba a mi muñeca "los duendes pueden ayudarnos y cuidarnos la casa, pero si se enojan son terribles", luego se acercó a mi muñeca Luna y le dijo "cuidanos pero no te enojes".
La anciana también me habló de colocarles dulces a manera de ofrendas para tenerlos siempre contentos. Este testimonio tan interesante se constituye -tal vez- como uno de los pocos testimonios que los ancianos indígenas de hoy pueden proporcionarnos. Animada por Adrián Eleazar Segundo (Director de la Biblioteca Forteana) me daré a la tarea de buscar más de estos hermosos testimonios que compartiré con mi amigo el investigador Carlos A. Guzmán.







